Los umbrales de lo posible
Sobre la obra de la artista Ana Blanchard
Para el libro, Mujeres en las Artes visuales en Chile (2010- 2020)
El trabajo de Ana es parte del tiempo de lo distinto. Inicia con una vivencia que luego desplaza y observa con distancia. Como si entrara en una meditación catártica, va tramando una veladura de sí misma, un mapa simbólico de vínculos, afectos, miedos y obsesiones recurrentes, donde cada detalle tiene su propio tiempo. En un proceso sobre lo íntimo, compone signos con voz. Objetos como telas, cortinas y fondos llegan a su taller y se van organizando junto a otros elementos que esboza en bitácoras; luego los modela, pinta, tiñe, cose y literalmente cocina, porque todo es cuidadosamente construido a mano por ella misma. En la lentitud del tiempo de lo manual, los carga de estratos de interpretación implícita, explícita, individual e intergrupal, y es que todo su hacer reflexivo es en sí mismo una performance de lo íntimo.

De este modo, trajes, objetos, cuerpos reales y seres imaginarios conforman los pliegues membranales de un relato material y psíquico afectivo, un intersticio entre lo biográfico y lo imaginario, entre el retrato y el autorretrato. Una escenificación de tiempo sincrónico que la fotografía análoga transforma en evidencia, develando el paroxismo de las obsesiones de la artista, como la constante presencia del signo mujer, de la madre y de la hija, y principalmente su deseo de sobrevivencia. De este modo, mientras es actriz, sujeto y objeto, utiliza la fotografía para entregarnos pistas de una narración aún inconclusa, y como un lugar para desplegar la vida.

Su cuerpo de obra es entonces un umbral crítico, una especie de ritual de paso que se manifiesta desde el Yo y se refleja furtivamente en los ecos de la imagen, conjurando al inconsciente para atravesar y domar la existencia en su amplitud. Como en la serie Linaje (2019-), que inicia cuando Ana y su hija se tienen que ir a vivir por un largo tiempo con su madre. Durante este período, la artista se adentra en un profundo viaje a su propio núcleo, trabajando hasta hoy una memoria liminal desde el presente hacia el pasado, construyendo una ficción de lo que nunca ocurrió.

En este proceso los pliegues y concavidades representan el viaje hacia lo desconocido e invitan al linaje biográfico a escuchar el umbral, dejarse atravesar
por él y avanzar a algo totalmente distinto. Pliegues y concavidades que también llevan inscrita la muerte en sus hombros, porque son habitadas por mujeres que están listas para despojarse de su homo doloris, tramar una profunda transformación y renacer. Un camino
que dejaba huellas en Grávida (2011) y en Magullada (2013) y que hoy cultiva —con reconocimiento y cuidado— la importancia del espacio y tiempo extendido para cada proceso de transición, una ritualidad que incorpora nuevos estratos simbólicos a su camino de autoconocimiento, exploración y sanación, porque hay jardines interiores como el de Ana, que florecen en primavera y también en el más profundo de los inviernos.
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